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Prostituida a cambio de 2,5 euros

Prostituida a cambio de 2,5 euros

Article publicat a El País. Veure l’article original aquí

Las violentas bandas rumanas golpean, violan, amenazan y retienen a los hijos de sus víctimas para forzarlas a entregar casi todo el dinero que ganan.

«¡Te cortaremos el cuello!», le gritaban a Andrea cada vez que intentaba pisar la calle. «Llamaré a gente para que te lo corten», le repetían a esta joven que, engañada, había dejado a cuatro hijos —de 11, 9, 4 y 3 años— en su Rumanía natal para desembarcar en Córdoba con la promesa de ganarse la vida cuidando a la nieta de quien, finalmente, se convirtió en su verdugo. La misma mujer que, con el beneplácito de su hija y yerno, mantenía a Andreea encerrada en casa bajo llave, que la fotografió desnuda para «ofrecer sus servicios» en la web, que la forzó a trabajar gratis y la obligó después a prostituirse durante dos años. Y la misma que se quedaba con el dinero y le entregaba solo 2,5 euros por cada hombre con el que se acostaba. Condenándola a «condiciones de semiesclavitud», según sentenciaron los magistrados que juzgaron el caso.

«Porque, que nadie se confunda, en este mundo no existe ningún tipo de escrúpulo«, se arranca un alto mando de la Guardia Civil al describir las técnicas que utilizan las redes para coaccionar a sus víctimas. «Las tratan como mercancía. Las cosifican», añade un comisario de la Policía Nacional. Hablan de palizas. De amenazas. De «crueldad». «Y los grupos delictivos rumanos son especialmente violentos», apostilla otro agente. Los que, precisamente, tienen mayor presencia en España. Según un informe del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO), al que ha tenido acceso EL PAÍS, la gran parte de los detenidos en 2016 por trata para explotación sexual procedían de ese país. La nacionalidad rumana también es la mayoritaria entre las víctimas —solo en 2015, la fiscalía identificó 262 casos—, que no suelen superar los 22 años.

A Alina la golpearon, violaron y amenazaron con asesinar a su familia cuando tenía solo 18 años. La habían sacado de Turno Magurele, una ciudad de 20.000 habitantes al sur de Rumanía, tras prometer llevarla a España para que se encontrase con su madre. Pero en el camino en coche hasta la Península, sus tratantes le revelaron su verdadero destino: Catarroja (Valencia), lejos de su familiar. Le dijeron que había acumulado una deuda de 2.000 euros por el viaje. Y empezó entonces el infierno: la forzaron a prostituirse en las rotondas por las noches, mientras pasaba los días vigilada por sus captores y con la orden de no salir a la calle sola. Finalmente, logró escapar: utilizando el traductor de Google del teléfono, le contó todo a un cliente. Este la llevó a la Guardia Civil.

Pero a las víctimas rumanas no solo las engañan con falsas promesas y trabajos ficticios. «El método estrella de captación es el loverboy«, apunta José Ángel González, jefe de la Brigada contra la Trata de Seres Humanos de la Policía Nacional. La historia, entonces, comienza siempre igual: un hombre —»el típico macarra», en boca de un agente— frecuenta una aldea o un pueblo pobre con un cochazo, alardeando de su riqueza. Consigue enamorar a chicas muy jóvenes, a las que les garantiza el paraíso en un país de Europa occidental. Las convence para que se marchen con ellos y, una vez en España, empieza el viacrucis. «Es habitual, además, que las embaracen. Y no dudan en utilizar a estos bebés, hijos también del proxeneta, como herramienta de coacción para prostituirlas», cuenta González.

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